viernes, 24 de febrero de 2012

Los Gavilanes…


Perdido en la barriga de ese caimán que es la isla de Cuba, había un pedacito de tierra…

Ahí, justo donde la barriga del caimán estaría arrastrándose por la tierra, al este de la bahía de Cienfuegos y a mediados de la vía a Trinidad, había una pequeña colina; en el tope de la misma se asentaba una vieja casa de madera, de esas casonas de campo que son rodeadas por un amplio balcón… esos antiguos balcones que permitían sillones de mimbre desde donde, una vez sentados, se podía ver todo un hermoso paisaje de campo…

Desde esa casa se veía parte de la Sierra del Escambray, famoso segundo frente de la infamia de Cuba. Donde quizás el único comandante decente de la fraudulenta gesta, Camilo Cienfuegos (nada que ver con la ciudad que me vio nacer), hizo que su presencia se reconociera. Hacia el otro frente de esta casa, una mansión a mis ojos de niño, se veía hasta donde la vista alcanzaba… verdes campos, a lo lejos unidos a un cielo azul hermoso, de esos cielos que solamente en el Caribe se pueden ver… Sí… soy parcial, no perfecto…

Ah!! Pero la pieza de resistencia o, como dirían aquellos que se regodean con los Franceses, “The Piece de Resistance” (creo que así… o algo parecido…) era la vista hacia la parte de atrás de la casa. Dejando rodar los ojos colina abajo, estaban los verdes campos de pasto, donde los inquilinos del predio se tomaban su merecido descanso y almuerzo a la vez… caballos y vacas, terneros y toros… Después, siguiendo con esta vista, se llegaba a un azul un poco distinto a ese azul cielo… Otro tipo de azul, más profundo e increíblemente atrayente… El azul del Mar Caribe.

Este era mi refugio veranero; un refugio que me alejaba de todo y de todos. “Los Gavilanes” era la finca que le pertenecía a la familia de mi padrastro y en donde pasaba al menos un mes de cada verano. No, no era un refugio de niño rico… era una finca activa y en la que había que ganarse la estadía. Allí aprendí a levantarme a las 4am y a ordeñar vacas con ojos que chillaban de las ganas de meterse en la cama de nuevo; a hacer quesos, a domar caballos y a un pequeño tractor… a manejar la “redada” de los terneros y de las vacas en las tardes…

Pero ahí también, en las tardes lluviosas, me acostaba en una hamaca bajo un techo de zinc, en una caseta en la que se guardaban las monturas de los caballos. Bajo ese techo, las gotas de lluvia golpeaban con un ritmo que parecía tener un sabor a conga y a cha cha cha… que me adormecía deliciosamente.

En otras ocasiones, después de terminar los trabajos del día (empezando a las 4am, a veces terminábamos antes de las 2pm) los jóvenes que ahí cohabitábamos (los hijos de Paco el encargado y mi persona) montábamos caballos y nos dirigíamos a esa orilla del mar, unos dos kilómetros de distancia medida en los trillos que cruzaban los campos y bosques de la finca.

Con caras cubiertas del jugo de las frutas silvestres que lográbamos recoger en el camino… guayabas, naranjas, bananos… llegábamos a la orilla de lo que era una pequeña playa escondida de unos 30 metros, en forma de herradura, con una arena blanca que rivalizaba a la conocida playa de Varadero. Allí nos bañábamos a gusto, para después secarnos en la brisa que flotaba desde ese mismo mar, mientras terminábamos la cosecha de frutas bajo la sombra de los árboles que allí había.

El regreso era por la tarde, ya luego de haber gozado de un par de hermosas horas en ese idílico ambiente… Y en las noches, después de una de estas salidas, el sueño me llegaba rápidamente… Un sueño profundo y descansante, como pocos desde entonces.

Muchas personas me preguntan como, después de más de cincuenta años de tiempo que ha pasado, aún recuerdo estos momentos en una forma tan vívida… Como podría no recordarlos?  Fueron, junto a muchos otros momentos de mi niñez, esas fotografías y viejos “filmes” que forman a la persona, que establecen raíces profundas e inamovibles; soy “yo” en los momentos formantes…

Comparto con ustedes estos momentos tan preciados; no quiero que se pierdan en el tiempo y espacio. Pero también los comparto porque, al hacerlo, quizás los anime a que ustedes también revivan esos momentos hermosos de una juventud que ya es solamente un recuerdo. Un hermoso recuerdo.


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viernes, 3 de febrero de 2012

¡Que Dios los Cuide… Pero Que No los Multiplique!


¿Alguna vez escuchaste a alguien dar esta “bendición”?... me atrevo a decir que más de una vez.

Bueno, esta es la historia (historieta, más bien) de Paco y su Toreta. Es una historia que, aunque de cama, no es apta para poner a los niños a dormir.

Erase una vez, en una hermosa ciudad de Cuba, por allá por los años cincuenta y tanto, que conocí a Don Paco. Heredero y, a su vez cabeza, de una de las ramas de una pudiente familia ganadera y lechera del ámbito. Paco era el mayor de tres hermanos quienes manejaban los negocios familiares, estando el al mando de la rama lechera. Creo que bastante apropiadamente.

Aún recuerdo los carros pintados de un amarillo brillante… tan brillante el color que en un día soleado, de esos muy comunes bajo el sol caribeño, había que mirarlos a través de gafas oscuras. En nuestro folklore cubano, siempre nos referimos a los carros pintados de ese amarillo como “lecheros”… poco saben los orondos dueños, paseándose hoy por el boulevard en sus objetos de tanto orgullo que algunos, al verlos, estamos simplemente esperando a ver donde es la próxima parada y entrega de una botella de leche…

Bueno… de regreso a la historia. Paco, como todos le conocíamos, era un amigo de la familia y asiduo participante, en la compañía de su señora, de las nocturnas tertulias (sí… ya sé… aquellos de ustedes que crecieron en la época electrónica, no saben que es lo que esa palabra significa…) que se llevaban a cabo en la casa de mi tío abuelo… Ahí le conocí y ahí aprendí la historia de Paco y su toreta.

Resúltase (buena palabra, ¿no?) que Paco, ya en su edad madura y después de más de 30 años de matrimonio, se había encontrado con una joven de unos 25 años quien practicaba el arte culinario, pero sin saber cocinar… Ella era trigueña, de unos 5 pies con 6 pulgadas (más o menos un metro con 55 cm) y verdaderamente hermosa. Esta descripción se las doy basado en observaciones personales, no por terceros; habiéndole conocido en algún que otro momento. Como suele suceder en estas cosas, Paco se enamoró perdidamente de ella. La extrajo de su “bajo mundo” (al menos físicamente, ya que mentalmente jamás logró hacerlo), le puso casa y le pagaba un sueldo mensual para que solamente estuviera disponible con el.

Yo no sirvo para juez moral, ya que he cometido muchas faltas en  mi vida… pero la realidad es que el apodo de “toreta” se lo pusimos por tantos cuernos que le ponía al pobre Paco y porque así, también quienes quisieran pasar un “buen rato” en las mencionadas tertulias podían hacer referencia a su existencia delante de la esposa del Señor, como si solamente estuvieran hablando de una “vaquilla” más de las finca lechera… Podría referirme a la esposa como la “sufrida” esposa pero, en realidad, siendo mucho más alta y fornida que el Paco, tenía de todo menos de sufrida. Muy bien llamada Dolores le hacia honor a su nombre, jamás dejando pasar una oportunidad, por leve que fuera, de crearle un dolor de cabeza al Paco.

En compañía de mi primo, de unos diez años mayor que yo, visitamos a la toreta varias veces. El grupo de amigos de mi primo probó las delicias del arte culinario de la susodicha; a veces a las espaldas del Paco y a veces con su consentimiento. Después de todo, en aquella época no se conocía el milagro de la Viagra y un hombre ya llegando a sus sesenta, no podía plenamente satisfacer a una ardiente joven de 24.  Supongo que el pensó, inteligentemente, que era mejor que estas inevitables aventurillas se dieran con gente conocida y saludable que con alguien desconocido y de cuestionable higiene.

Quisiera decir que todos vivieron felizmente hasta el final… pero eso sucede primordialmente en los cuentos de hadas… El gobierno incautó, al igual que eventualmente hizo con todo lo que fuera una empresa privada, a las fincas y lechería de la familia. Al perder a las vacas del campo, el Paco también perdió a su toreta ciudadina, ya que no tenía con que pagarle el pasto que tanto añoraba tener.

Eventualmente, Paco y su familia se mudaron a Miami, en donde tengo entendido que murió plácidamente después de unos años repletos de añoranzas y memorias. Su viuda Dolores le siguió un tiempo después y estoy seguro que por alguna parte andan, el delante y ella detrás, eternamente jalándole el pelo y dando coscorrones etéreos…

¿De su adorada toreta? No supe más; no sé si se quedó en Cuba, o si salió… fue una historia de amor, supongo de aquel sobre el que a veces se escriben épicos tomos… en este caso, una no tan épica entrada en un aún menos épico blog.

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viernes, 27 de enero de 2012

Cantando la Vida Pasa…


Siempre pensé que la música es un regalo de los Cielos, aunque después de escuchar y ver bailar un “perreo” podría cambiar de opinión.

Desde muy pequeño, cuando me escondía detrás de las faldas de mi abuela, fui testigo y participante de un amor a la música en todas sus variantes. Mas tarde, de los brazos de mi abuela y ya de unos ocho años más o menos, comencé a bailar  los entonces bailes del momento y de los momentos de la adolescencia de mi abuela. Danzones, cha cha cha, boleros, valses… hasta una conga callejera o dos.

Era una época en la que, inocentemente, buscaba a los músicos que estaba convencido se escondían dentro del aparato de radio;  luego, al darme cuenta de que ahí no estaban, entonces con seguridad tenían que estar todos tocando en un –suponía- gigantesco teatro parte de la radioemisora. Recuerdo que me parecía increíble que, no importando la canción pedida por teléfono, milagrosamente escuchaba al cantante en cuestión a través de esta pequeña caja con botones y diales. Definitivamente eran tiempos mucho más inocentes que los que hoy vivimos, en los que la imaginación, los cuentos de hadas y las aventuras de héroes, son relegados a una creciente pila virtual de despojos.

Recuerdo que uno de mis programas favoritos, al que escuchaba fielmente todos los mediodías después de almuerzo, esperando por el autobús del colegio, eran las Aventuras de Los Tres Villalobos. Eranse tres hermanos vaqueros (interesantemente, no habían vaqueros en Cuba, pero este hecho no tenía importancia) quienes muy al estilo de los Cartwright, la famosa familia de la Ponderosa en un ulterior programa televisivo, corrían por todas partes de la campiña cubana corrigiendo errores y defendiendo a los infelices.

Eran aventuras básicas, un programilla de unos 15 minutos, pero en esos quince minutos no había quien me despegara de ese receptor de radio. Era algo que después discutíamos entre los amigos, en los descansos de las clases de la  tarde… -¿Crees que Juan Villalobos logrará escapar de quienes lo apresaron? Y ahí comenzaba la discusión por los próximos diez minutos del descanso. Esas discusiones eran una oda a la imaginación; un recital de todo aquello que estábamos seguros podíamos alcanzar, junto a Los Tres Villalobos…

Junto a este amor a la música y a las aventuras radiales, creció un amor al cuestionamiento. En la familia en la que tuve la suerte de criarme de niño, no existían las reglas rígidas que tendían a existir en la mayoría de las familias de ese entonces, de esa cultura ya en camino a desvanecerse. Se aceptaban los cuestionamientos, mientras tuvieran una base real. Me acuerdo que, muy al contrario de muchos de mis amigos, muy raras veces oí ese dictamen final, tan común entonces (Y aún hoy) el que, saliendo de un adulto ya cansado y quizás frustrado por las constantes preguntas, decía: ¡PORQUE LO DIGO YO!

Al paso de los años, no me quedó más remedio que aceptar que la música radial provenía de discos (sí, discos) que un ingeniero tocaba en una mesa de música y no de los cantantes; también entendí, muy a mi pesar inicialmente, que los Villalobos - héroes de mi infancia- eran tres mal pagados actores en un pequeño estudio en una emisora en la capital… Y que todos los ruidos que oía en el programa, desde caballos galopando en el medio de disparos, hasta los furtivos besos que muy de Pascuas a San Juan (recuerden, eran vaqueros y en este género solamente se amaba a los caballos) se escapaban, eran el producto de un viejo artista que se dedicaba a generar estos sueños en una caja mágica de sonidos.

Sin embargo, lo que más me quedó de todas esas aventuras imaginarias de mi niñez, y que aún no me abandona, es el amor a la música y el uso de la imaginación. Esta última residiendo en ese hermoso entretecho en nuestras vidas que, de vez en cuando, nos permite crear y explorar otros mundos y otras realidades y, cuando así los percibimos… ¿Qué es lo que nos dice que no pueden ser tan reales como el mundo desde el cual los espiamos?


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sábado, 14 de enero de 2012

El Legado del Tio Eusebio

Toda familia tiene su(s) oveja(s) negra(s)… aunque sea por percepción propia…


Hace ya muchos años, más de los que quisiera reconocer, vivía en esa hermosa isla caribeña llamada Cuba un joven… bueno, en realidad un niño, ya que apenas tenía unos 8 años de edad… aunque mentalmente se aseguraba de tener al menos… bien, digamos unos 13 años… ya sea, listo a conquistar el mundo a su alrededor. Sobre todo si este mundo estaba entrando en los meses de veraneo; tiempo de ocio sin responsabilidades, escuela, problemas de tareas o siquiera tutores que solían entorpecer el juego de las tardes al intercambiarlos por estudios adicionales.

Este jovencillo con calzones cortos que apenas cubrían, al ser él más alto que la norma, una tercera parte de sus largas piernas, solía patinar dentro de la casa; así calentando motores para luego salir a hacerlo en las aceras de la bella ciudad, asustando a todo transeúnte que se atreviera a usarlas para, imagínese Ud.… ¡caminar! en los mismos momentos. ¿Cómo se atrevían a hacer esas cosas?

La casa era una de esas viejas y largas, con todas las habitaciones en fila ordenada, con cada una de ellas abriendo sus puertas al pasillo y patio interior. Tenía prohibido -¡Cómo se atreverían a prohibirle algo a este mozuelo!- el patinar dentro de la casa, ya que las baldosas se rayarían y… bueno, el abuelo se enfadaría. Así que… la pista de carreras era el patio, a todo lo largo de la casa y terminando más allá de la cocina en el famoso “traspatio” donde, con su destreza de joven y desmedido atleta, daba una vuelta y arrancaba en dirección contraria, arremetiendo contra algún contrincante imaginario en una carrera de la cual dependía el futuro de la raza humana.

Uno de esos días, normales en todo aspecto, el joven se puso sus patines para doblegar al ocio y aburrición del momento. ¡Toma impulso! Se dirige al traspatio de la casa y, al llegar a la altura de la cocina… ¡Casi se cae del susto y sorpresa!... ¡Ahí había un desconocido, sentado cual Juan en su casa y almorzando carne con vegetales! En nuestros tiempos modernos, con los mismos patines hubiera desplegado un ejemplar manejo de velocidad “patinera” pero… algo le llamó la atención… y se acercó al extraño que tan cómodamente ahí almorzaba.

-¿Quién eres? Preguntó el mozalbete, no sin quedar lo suficientemente lejos de esta aparición, por aquello de los cuentos del lobo feroz…

-¿Quién crees que soy? Contesta la persona, totalmente despreocupado por haber sido capturado “in-fraganti”.

-“Pregunté primero” contesta el joven quien, al mismo tiempo de contestar mantenía un ojo –creo el izquierdo- sobre la inmediata puerta de la cocina y su única vía de escape.

En ese momento, una sonrisa más que reconocida ilumina su cara. Lo delatan sus ojos. Ojos sardónicos de un azul límpido y celeste; azul que caracterizaba a la abuela, la tía materna y al tío abuelo, hermano de la abuela Carmen… ¡Tú eres un Peña¡ exclamó el jovencillo en tono acusativo, como dejándole saber sin ningún rodeo que no debió de haberle tomado el pelo. Más bien, creo yo, no debió de haberle asustado.

Al oír esto, la cara de este ser, ya no tan extraño, se abre en franca risa y contesta: -“Soy tu tío abuelo Eusebio… la oveja negra de la familia” “Cuando estoy en la ciudad, tu abuela (su hermana) me deja venir y preparar mi almuerzo aquí, ya que no tengo otro lugar para hacerlo”. Después de la introducción, mira al joven y le dice: “Otro hubiera salido corriendo, tú te quedaste… hay esperanza de que crezcas a ser hombre”.

Al conocer al tío Eusebio, un nuevo mundo se le abrió a este joven. Durante ese verano, ya los patines perdieron su interés porque todos los días compartía el tiempo de la temprana tarde con el tío Eusebio, oyéndole hablar de todas sus aventuras… algunas de ellas no realmente aptas para menores. Pero todas fascinantes; todas tenían un mensaje de soñar, de no darse por vencido, de vivir los sueños hasta dónde se pudiera… Alejado de su casa y familia desde los 16 años, vivió su vida; encontró su norte y peleó sus peleas. Algunas las ganó, otras no. Estas últimas dejaron su historia y huellas en su cuerpo y en su espíritu… al final de ese verano, desapareció de la vida del joven tal como había llegado: sin avisos y sin despedidas; había perdido su última pelea.

El joven se sintió desolado por mucho tiempo; al paso de los años y al vivir sus propias tribulaciones, llegó a entender el legado del tío Eusebio… Vive tu vida; deja que los otros hablen mientras tú haces. Si tienes un sueño que vale la pena, persíguelo y no te des por vencido.

Ahí se los paso… creo que vale la pena.


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lunes, 9 de enero de 2012

Los Calzones de Juanita la Mulata.

Cuando crecimos en un país del llamado “Tercer Mundo”, en otras épocas, tuvimos la oportunidad de vivir experiencias que en los países del “Primer Mundo” jamás sucederían…


Antes que todo, me gustaría establecer que todos somos habitantes del “Tercer Mundo”… ya que el Primer Mundo estaría demasiado cerca del sol y nos quemaríamos en un instante…

En nuestra niñez, en la hermosa isla de Cuba, vivíamos otro mundo muy distinto al que existe hoy… aquí, allá o... acullá. Podíamos correr las calles libremente, con el peor miedo siendo aquel que nos demoráramos mucho en regresar a casa, o el ser víctima de algún inusual accidente callejero. Podíamos también juguetear con los vecinos y sus familias, haciendo bromas que hoy se considerarían quizás “políticamente incorrectas”. ¡Dios mío…”!  ¡¡Decirle a alguien “negro” o “mulato” en su propia cara!! ¿Cómo reaccionarían hoy todos aquellos que se sonrojan con solo decir “Africano-Americano?” Me parece que todos tendemos a exagerar muchas de las ideologías que hoy se estilan y que tratan de ponerle un cerco a nuestras mentes, efectivamente coartando las oportunidades de expresiones sencillas y directas.

En mi época de niño, en esa hermosa isla a la que me refiero, existían los prejuicios raciales y sociales; decir lo contrario sería decir una mentira piadosa. Pero lo cierto es que no se tenía el prejuicio hiriente y explosivamente violento de esta cultura que adoptamos como propia, en esos caminos de la vida que fuimos obligados a tomar. 

¡Ah… la Mulata Juanita! Aún para mis inocentes ojos de niño viejo, era una hermosa mujer…  Vivíamos en una casa antigua, en la parte central de la ciudad. Mi abuelo, QEPD,   la había alquilado desde los años treinta y pico, con un costo mensual que se había “congelado” (¿Creían Uds. que ese término solamente se usaba en NYC y sus apartamentos?) a un nivel que era bastante barato. Abuelo, QEPD (interesante como en nuestro idioma siempre nos sentimos obligados a incluir este sufijo cuando mencionamos a alguien quien ya ha muerto…), pudo fácilmente haber comprado una de las nuevas casas construidas en Punta Gorda, con vista a la bahía. Pero el guardaba su dinero para sus nietos (incluido yo…) algo que estoy seguro le agradó mucho al régimen Castrista cuando confiscaron las cuentas bancarias personales, incluyendo la suya. Además, su preferencia era vivir en esa vieja casa, llena de memorias y cerca de su oficina. Le gustaba caminar todos los días, atravesando el parque central y pasando cerca de la Iglesia Catedral que no era solamente su vecina de cuadra en los “negocios”, pero también una vieja contrincante ideológica.

En los barrios viejos de la ciudad, se ubicaban las “cuarterías”… para poder clasificar seria una casa de esas que son ya de cierta edad, pero grandes y aún serviciales, que se subdividían en pequeños “apartamentos” donde cada cuarto se convertía en la vivienda de una familia. De ahí el nombre de “cuartería”. Creo que en México DF, le llaman “vecindad”. Bueno, por lo pronto, volvamos a Cienfuegos, la bella Perla del Sur.

Frente por frente a mi casa existía una de estas cuarterías. La mezcla de habitantes de la misma era más que interesante habiendo blancos, negros, mulatos y hasta un chino, o dos. Varios de mis compañeros de juegos de infancia provenían de esta mansión en decaída y venían en un surtido de colores y sonidos… quizás por esta razón algunos de mis compañeros de escuela privada, habitantes de la antes mencionada “Punta Gorda”,  eran reacios a visitar mi casa regularmente… no importa, ellos se perdieron a la mulata Juanita.

En un país y cultura basados en las restricciones nacidas de otras eras, el concepto del “sexo” y el hablar abiertamente acerca del mismo era un tabú. Corríamos el riesgo de ser excomunicados de por vida(s)… También lo era, entre las clases más sociablemente desarrolladas, el exhibir las indecorosas prendas interiores. Era un reto moral, que había que resolver en el ámbito práctico, cuando en las mañanas de verano los calzones de la mulata Juanita eran exhibidos al aire libre, ondeando cual bandera de clan, mientras colgaban de la cuerda extendida en el patio de la cuartería, para que la suave brisa les secara suave y lentamente.

Los chicos del vecindario solíamos, como sigilosos bandidos, tomar turnos para ver de cerca estas prendas que cubrían, como castas guardianes, a las partes mas íntimas de esta voluptuosa mujer… sobre todo unas nalgas que cuando cubiertas por estos calzones y una leve falda veraniega, volvían locos a los hombres del barrio al verlas pasar, moviéndose cual barco que sube y baja con cada paso… quiero decir, con cada ola.

¡Qué delicia…! El haber nacido en el “tercer mundo…” No todas las memorias son del club y de las fiestas hogareñas… hay muchas que me llevan a otra existencia, a otro plano que ya hoy no encontramos en este mundo homogeneizado y pasteurizado donde ahora vivo.
  
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miércoles, 4 de enero de 2012

BAYLY-ESCO


BAY-LY-es-co; Adjetivo, pertinente a Bayly (Jaime), alguien quien puede actuar erráticamente a discrecion; habla con sarcasmo, pero inteligentemente; periodista y comentarista; autor.

Un placer definitivo en mi vida, es escuchar y aprender de quienes dominan el idioma (Español en este caso) con aplomo y convicción; quienes lo saben utilizar para realzar o para despedazar a la persona con quien conversan en un  momento dado o a quien entrevistan (en el caso de Bayly, en sus distintos programas de televisión a través de los años) y que, al llevar a cabo este tipo de “homicidio intelectual”, logran insertar un módico de humor (blanco o negro, dependiendo de la situación) para que la persona que presencia el proceso desde fuera, entienda lo que se está haciendo… aunque no siempre aquel quien es el blanco de los comentarios siquiera está al tanto; su capacidad no le alcanza para entender la sutileza del momento y del lenguaje.

Una buena parte del pueblo no le conoce; de aquellos que sí le conocen, es por muchos de ellos tildado de extraño, o peligroso en sus menesteres; también se le mira raro por sus expresas convicciones.

Le conocí (televisivamente hablando, porque no tengo el placer de haberlo conocido personalmente) hace ya varios años cuando era él un joven periodista quien, desde el Perú –su tierra natal- hacía entrevistas que se reprogramaban en algunas de las entonces iniciantes emisoras del mercado latino en los EEUU; sobre todo Miami.  En un momento de dificultad personal (si, ya se, estos no son nada fuera de lo comun) me hizo reír abiertamente y, desde entonces, se ganó mi “fan-dom”.

Nunca me ha defraudado; le extrañé cuando perdió su programa en la emisora original que lo transmitía, hasta que logré encontrar algo en Internet que me permitió seguirle; ahora veo su programa, transmitido desde Miami en las noches y paso un buen rato, sobre todo cuando tiene por invitado a alguien de su calibre intelectual y de igual conocimiento de la palabra, quien se convierte en un contendiente de lujo; esto es equivalente a disfrutar un duelo entre dos excelentes espadachines, excepto que el arma esgrimida es la palabra, mientras se divierten intercambiando toques…

¿Qué tiene de especial el Sr. Bayly? Nada en particular; mucho en agregado. Intelectualmente es alguien muy capaz de ponerse al nivel de la persona a su frente; a veces dándole la oportunidad a esta persona de aparentar ser más inteligente de lo que realmente es… pero, sin excepciones, quien no lo es en realidad cae en sus propias redes de auto-engrandecimiento. Estoy seguro que esta disección se hace muy intencionalmente.

He notado que cuando tiene a alguien quien insiste en iluminarnos a todos con una luz emanando de un bombillo que resulta ser no muy brillante, la paciencia y tolerancia del Sr. Bayly se terminan rápidamente. Entonces su humor negro asume el comando y los resultados son realmente interesantes y dignos de presenciar.

No hay nada como dejar que un tonto utilice sus propias e ignoradas carencias intelectuales para colgarse del ramo más alto en el árbol más cercano, pensando que nos impresiona mientras flota delicadamente. En estos casos, se convierte en un acto de auto mutilación presenciado por las docenas, los centenares o los millares que cada noche sintonizan su programa, esperando ver exactamente este tipo de debacle.

Un intelectual quien no se atemoriza de decir –inteligentemente- lo que piensa, o de preguntar lo que desea preguntar; quien ha empinado a lo alto las banderas de ambos sexos y la de alguno que otro trillo del medio que no ha sido aún definido, sin importarle las convicciones sociales y los innumerables comentarios que aquellos intolerantes miembros de estas sociedades le lanzan constantemente…

Tengo que admitir que a lo largo del camino compartido a distancia, no solamente me ha hecho reír; también me ha enseñado. Un estilo de expresión que es a veces mordaz y a veces histriónico; algunas veces tolerante y emocional, pero siempre interesante. Me ha enseñado un buen manejo del idioma, aunque sin su aparentemente interminable repertorio de palabras; también he aprendido compasión, tolerancia y aceptación de quienes son distintos a nuestros patrones ideales… pero entendí, además, que no siempre se tiene que aceptar un comentario tonto o superficial de la otra persona, no importa quien sea o quien crea ser; que es válido desfondar la cachucha ajena cuando esta simplemente se construye de aires auto “soplados” sobre un doble fondo falso.

Así que mi Dios (en quien insistentemente predica no creer) le dé mucha vida a Usted y a su familia; que su contrato sea repetidamente extendido y mejorado con valores cómodos, para que de esta manera podamos seguir disfrutando de su programa quienes apreciamos sus comentarios, preguntas y su estilo de manejarlos.

Hasta pronto…

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