lunes, 30 de julio de 2018

Una Tarde de Primavera en NYC


Erase (me gusta este inicio, ¿no?) una de esas tardes de primavera temprana en la Gran Manzana, específicamente, Manhattan Centro. Lluviosa y aún fría, con algunos de los consabidos vientos entrando desde el Río Este, haciendo que algunas de sus calles se sintieran un poco como un cañón en el que los “aires” te enfrían hasta el bendito tuétano. Seria alrededor de las tres de la tarde y ya me sentía, francamente, cansado de tanto caminar vendiendo drogas… ¡NO!, no de esas… pero de las que los doctores se entretienen recetando, para justificar el costo de la visita. En aquellos años mi sustento lo proveía Laboratorios Pfizer.

Estaba en el este de Manhattan, a la altura de la calle 42 y decidí que un buen lugar para pasar un poco la lluvia y dejar que, al menos, se secara un poco la ropa que traía puesta, sería la Librería de NY. Mis cansados pies, alentados por la posibilidad de dejar de cargar con el resto del cuerpo por unos minutos, se dirigieron en esa dirección. Por radar, crucé la 5ta. Avenida, evitando a último momento el montarme en uno de esos llamativos taxis amarillos sin siquiera abrir las puertas. Después de intercambiar unos cuantos cariñosos comentarios típicos de las calles de NY con el chofer del taxi, logré llegar hasta los santos espacios de la librería.

Al cruzar el umbral celosamente vigilado por dos guardianes leoninos, entré un mundo diferente. Una hermosa biblioteca en un imponente edificio, construido en los principios de siglo pasado (sí, ya hay que especificar cual…). Junto a su compañero de vida y travesía, el Parque Bryant, forma un remanso de paz en el centro de “Los New Yores” en el que los cansancios de la vida citadina del día a día se pueden olvidar por unos minutos.  

Entrando al salón de lecturas te encuentras con unas mesas largas, ya marcadas por los brazos y codos que en ellas se han apoyado al paso de los años. Las sillas brillantes, de las constantes caricias de los pantalones y faldas de quienes en ellas se sientan a tratar de encontrar, en sus lecturas y por unos minutos, ese mundo en el que pueden volar libremente.

No buscaba nada en particular, solo unos momentos de descanso y de refugio del clima al que me enfrentaba afuera de esas paredes. Siempre llevaba una
pequeña libreta conmigo; nunca sabía cuando tendría la oportunidad de aprovechar unos minutos y anotar algunas observaciones. Al sentarme en esa larga mesa, mis ojos buscaron alrededor, notando esas otras almas que buscaban ese mismo refugio que hasta acá me había traído. Recuerdo que mis ojos se fijaron en un caballero a la “antigua” sentado casi al frente mío…
No recuerdo las palabras exactas, pero en mi libreta, esa tarde, escribí algo que leía más o menos así:

“…su piel ya transparente, como si el pasar de los años hubiese lentamente planchado cualquier imprudente arruga, creando un perfil nítido e intenso. Un bigote blanco, casi invisible desde mi punto de vista pero que, junto al ahora ya escaso y cuidadosamente arreglado cabello del mismo color, le daba forma y vida a un aquilino rostro que parecía desafiar el paso de los años….

Pero lo que más atrae de este antiguo caballero son los ojos. Nada de lentes para leer… claros, llenos de vida, azules como un límpido cielo de verano, mirándote con una de esas miradas que te hacen sonreír, sin saber por qué, pero que al mismo tiempo, te dan a entender que detrás hay incontables historias; un viejo libro de esos de cubiertas de cuero grueso, gastados pero aún suaves al toque y brillantes a la vista…  lleno de páginas y capítulos cual tesoros escondidos. ¡Cuánto se podría aprender de este indomable caballero!”

Según continué escribiendo mis observaciones, notaba algunas cosas en particular…

“Su traje, hecho a la medida, de una lana gris oscura que, en su momento, debió haber costado una pequeña fortuna. Los codos de la chaqueta ya mostraban ese sutil brillo que traen los años de uso y de cuidado y, en los bordes de las mangas, un tenue desgaste, casi imperceptible. Este traje ha sido cuidadosamente utilizado muchos inviernos y, al igual que su dueño, hace lo posible por desafiar los embates del tiempo y del uso.”

“Leía la prensa del domingo, la sección de obituarios me dí cuenta… Quizás buscando el nombre de algunos conocidos quienes ya habían iniciado su viaje al más allá y, sin duda, pensando que ya pronto sería su turno para hacer la misma travesía. Según escribía en mis notas y le miraba de reojo, el pareció sentir la mirada inquisitiva y comenzó a buscar a su alrededor, tratando de identificar la fuente de esa vibra que te dice que alguien te mira insistentemente. Mis propios ojos bajaron a mis notas mientras decidía si debía, o no, iniciar algún contacto con este caballero…

En ese momento, salió al sol de su escondite celestial y , en un momento, la oportunidad de hablarle se desvaneció.”

Mis notas continuaban…

“Miró al saliente sol a través de la ventana y luego a su reloj de bolsillo. Lentamente se levantó, quitándose algún polvillo imaginario de las mangas de su chaqueta y del filo de su pantalón, alcanzó a recoger su abrigo de la silla de al lado y minuciosamente se lo puso, cuidando de que todo quedara en su lugar y lo más perfectamente posible. El abrigo, de una lana gris oscura y meticulosamente detallado, estoy seguro era el grito de la moda masculina de unos treinta años atrás. Quizás la indicación de ese momento en tiempo en el que esta alma de Dios comenzó a vivir un ciclo repetitivo, estancado en el tiempo.”

“Entonces, recogió su sombrero de felpa gris oscura, del mismo color y tono del abrigo y mostrando el mismo cuidado y cariño a pesar de los muchos años de uso; lo sacudió suavemente y se lo puso a un ángulo perfecto, con una sonrisa en sus labios. Una sonrisa que hablaba a gritos de las memorias que este gesto le traía. A mi mente vino la, quizás indebida, pregunta acerca de la cantidad de damas que disfrutaron el coqueteo de esos ojos y sonrisa en el momento en el que este caballero se quitaba ese sombrero como un saludo… o en modo de despedida.”

“Erguidamente y con la frente en alto, caminó hacia la puerta y cruzando el camino vigilado por los leones, desapareció de mi vida… un encuentro momentáneo que abrió infinidad de posibilidades a mis deambulaciones y suposiciones… ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Dónde?... Quizás la imaginación de lo que pudo haber sido era mucho más interesante que lo que actualmente fue…”

A su salida, la habitación se ensombreció, mostrando su tristeza a la partida de esta persona que irradiaba vida… yo también me fui… el deber llamaba.

Esa fue la entrada en mis notas para esa lluviosa tarde de primavera en New York. Nunca, en mis visitas posteriores a la librería, me crucé de nuevo con este personaje. Ayer, en un restaurante, vi a alguien quien, aunque lejos de comandar la atención que aquel caballero reclamaba con su presencia, me lo recordó… y me recordó la notas que había escrito en ese entonces…

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Hasta Pronto…

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miércoles, 11 de julio de 2018

Una Mente Deambulante


Como en muchos de los momentos captados en los escritos de estos últimos años, esta historia comienza en una de las clases de ESL que tengo el honor y placer de dictar. Esta clase en particular requería el estudio de todos esos tiempos “perfectos”, “quasi-perfectos”, “medio-perfectos” y demás otras perfecciones gramaticales. Ya sabes, todos las que requieren el uso de auxiliares como “haber”, “deber” y tantos más… por supuesto, hablo de sus equivalentes en inglés… ¡¡¡No faltaba más!!!      

Lo interesante con esta lección fue que, al entrar en materia, identificamos algunas preguntas que nos darían qué pensar…

Una en particular proponía la autopercepción en función de las debilidades y fortalezas propias. Otra, con aquellos sueños aún no realizados y una tercera simplemente preguntaba: ¿Has atravesado algún momento difícil en tu vida que te ha ayudado a crecer positivamente?... Como puedes imaginarte, quienes vienen a estas clases nocturnas son usualmente adultos con muchas millas caminadas y con varias historias que contar (sí, también incluyendo al maestro). Ellos no esperan encontrarse en un momento confesional, pero… siendo un grupo pequeño y bien compenetrado (y no habiéndole dado muchas opciones al respecto) respondieron con el corazón en la mano. (¡¡Bueno… si no el corazón, al menos con el libro y lápiz en la mano!!)

Para algunos, fueron historias de una niñez perdida en los rigores del tiempo, espacio y las lomas del rancho; para otros, recuerdos cálidos y queridos de familia… Oí historias de retos ordinarios y extraordinarios… algunos encarados con éxito y otros con el fracaso y la desilusión que este trae de la mano… De nuevos amigos y de amigos perdidos en el largo camino… Sueños de comenzar o ampliar un negocio… De viajes a lugares exóticos … y a otros no tan exóticos… De hecho, las dos noches que discutimos todo esto resultaron muy interesantes.

Quizás, las respuestas más profundas vinieron en reacción a la pregunta acerca de ese momento difícil que originó un crecimiento positivo. No, no esperen que divulgue algunos de los detalles íntimos y jugosos que algunos estudiantes compartieron en confianza con el resto del grupo… después de todo, estábamos a puertas cerradas. Sin embargo, siendo la persona que soy y a quien le gusta compartir (al menos a veces) les regalaré lo que me vino a la mente cuando los estudiantes me preguntaron acerca de mi momento…era justo que me preguntaran, ¿no?

Las palabras salieron de mi boca sin mucho pensarlas… “haber tenido un encuentro con cáncer fue una bendición”, dije. En ese momento, varios estudiantes me miraron con una de esas miradas medio perdidas entre “ajá” y ¿qué fue lo que dijo?... algunos esperando quizás un comentario de esos medio cómicos que salen de donde no se esperan… Pero no. Mantuve la mirada y repetí… “sí, lo fue”. “Obviamente”, continué, “haber sobrevivido fue la mayor bendición, pero el proceso en sí fue una bendición inesperada”.

Es cierto. Todo lo anterior. Aunque no pasé por los dolores y sufrimiento que muchos que han pasado por el cáncer han experimentado, me abrió los ojos. Las personas que conocí; aquellos que mostraron valor ante una muerte posible y aquellos cuya reacción fue caer en una depresión absoluta. Puedo hasta entender esto último, pero es algo que rehuso sentir y mucho menos aceptar.

En este proceso, aprendí que la mente es un instrumento maravilloso; puede ser nuestro mejor aliado pero también nuestro enemigo más despiadado. Encontré un nuevo amor por la vida; un nuevo punto de vista, un hermoso cristal multicolor a través del que podía ver a lo que me rodeaba en su mayor esplendor. Entendí que cada instante que vivimos tiene que ser disfrutado. Que, sin importar el camino en el que nos podamos encontrar en un dado momento, es el camino en el que nos ha puesto nuestra vida y tenemos que transitarlo. Al menos, disfrutémoslo.

Esto último lo entendí con la muerte a destiempo de mi hijo; nunca sabemos cuando nos tocará dejar esta vida o en qué circunstancias. Sería un pesar y una vergüenza dejar atrás tantas posibilidades sin aprovechar y tantas preguntas sin contestar… solo porque estemos atravesando un momento difícil o porque, en nuestra auto-lástima, creemos merecer algo mejor. Quizás lo merecemos… pero, acepta también que quizás no.

Sí, fue un período de bendiciones. Mis ojos vieron de nuevo maravillas que hacía mucho habían dejado de ver. Todos los momentos espectaculares que había vivido y los muchos por vivir aún. Todas las enseñanzas aprovechadas y las personas que me ayudaron a entenderlas. También vi de nuevo a quienes ya han partido de esta vida, pero cuyas hermosas y cálidas memorias quedarán en mi corazón mientras viva.

De hecho, cada momento vivido, es una oportunidad de ver y aprender algo nuevo… ¡No te lo pierdas!

¡¡Cuídate mucho, que eres importante!!    ¡¡Regresa a saludar!!

Hasta Pronto…

NOTAS:

viernes, 15 de junio de 2018

Dragones, Serpientes y Mitos…


¿Recuerdan todas esas historias que, de niños nos contaban o nos leían acerca de las maravillosas carpetas volantes persas, los héroes míticos de Roma, Grecia, Noruega, La India y de la Mesopotamia Antigua? … ¿O de las historias tradicionales de las antiguas tribus de las Américas, sobre todo las del Sur Oeste, como los Hopi, Ananazi y Fremont?

Todos los Dioses y “Semi” Dioses de quienes nos cuentan en todas estas culturas, con poderes sobrenaturales, con la habilidad de volar y de aparecer y desaparecer “milagrosamente”… Hércules, Perseo, Mercurio, Aquiles (el del famoso Talón…) y tantos otros que ya desafían mi vieja y abusada memoria.

Si los Dioses “semi” humanos no son tu pasatiempo favorito, entonces puedes mirar a todas esas increíbles criaturas que ellos batallaban para ganarse el pan de cada día. Perros con tres cabezas (Cancerbero), damas con serpientes como pelo (¡¡vaya dama!!) quien, al verla, automáticamente te convertirías en piedra; dragones volantes inmensos y una criatura con cabeza de león, cola de serpiente, cuerpo de cabra gigante y que botaba fuego por la boca. Tan extraña era esta criatura, cuyo nombre era “Chimera’(Kimera) que, en el idioma inglés, ese nombre hoy significa “producto de la imaginación”. Después de todo, ¿podría haber sido real esta abominación? Sin embargo, creo que las preguntas reales serían: ¿Quiénes eran estos semidioses y estas bestias sobrenaturales? ¿Fueron todos mitos, o había algo de realidad?

¿Y qué hay de las ciudades bajo tierra en Turkía, y algunas de las profundas cuevas en el Suroeste de los EEUU? ¿Sabía Ud. que las leyendas más antiguas de los nativos de esta zona (Anazazi, Fremont, Hopi) hablan de haber sobrevivido un cataclismo al ser llevados bajo tierra por los “hombres hormiga” y “hombres serpiente”? Sus leyendas tradicionales niegan haber cruzado el ya derretido puente de hielo de Behring para llegar a las planicies de este país. Y para subrayar esas historias, los jeroglíficos milenarios que adornan las cuevas del área muestran las imágenes de estos hombres hormiga y serpiente.

Si has leído varias de estas publicaciones (Ingles y Castellano), sabes que mi propia percepción de la vida cotidiana se basa en dos preguntas que, al parecer, son simples: ¿Por qué?, cercanamente seguida de … ¿Por qué no?  Esto proviene de la profunda creencia que dice que, porque algo no puede ser lógicamente explicado por nuestra limitada percepción o ciencia, no quiere decir que no puede ser. Que es imposible. Creo firmemente que mantener una mente abierta es la esencia de disfrutar una vida que nos continúa maravillando. Presente, pasado y futuro.

Una de mis pasiones es aprender cerca de las antiguas culturas; digo aprender porque el decir “estudiarlas” implica mucho más tiempo y compromiso del que puedo realmente dar. Al paso de este aprendizaje, siempre han habido preguntas en mi mente (efectivamente, sí existe la susodicha…) acerca de lo que aparentan ser semejanzas en las estructuras sociales, culturales, física (edificios, etc.), tradiciones y leyendas. Estas preguntas se hacen eco en muchos de estos artículos, ya que ¿cómo se pueden explicar estas semejanzas tan insólitas en una época en la que no había -supuestamente- ningún tipo de comunicación entre civilizaciones separadas por varios miles de millas, océanos y continentes?. Supuestamente, era imposible intercambiar ideas… o… ¿sí? 

Riiiinnnng…. Riiinng…
-“Hola Tut… Quetzalcoatl aquí…” “¿Cómo van las cosas por Egipto?”
-“Hey Quetzi… como estás hombre? … “Te oigo muy mal”
-“Sí, ya sé… podemos hacer que una serpiente de sombras baje por la pirámide, pero nada que estos cuernos parlantes funcionen…” “Oye, hablando de pirámides, me puedes enviar un fax con los esquemas que ustedes diseñaron?” “parecen ser mejores que los de acá, terminando en puntas y todo…” “¿Sí? … Gracias” “Oye, a cambio te envío un plano de uno de nuestros cenotes ... ¿Qué me dices? … “Ah, cierto… Uds. No tienen mucha agua por allá” “Bueno, te envío un cargamento de maíz… eso les servirá”
-“ Bueno Quetzi, hablamos pronto… cuídate de las serpientes voladoras…”

Realmente… no crees que esta conversación pudo haberse llevado a cabo, ¿cierto? Así que… ¿cómo es posible que estudios arqueológicos, dibujos y fotos tomadas de ruinas alrededor del mundo muestran una consistencia inexplicable en sus diseños? Esto es algo que siempre ha sido una fuente de curiosidad y preguntas para mí y para muchos expertos quienes estudian esta historia. Las pirámides de Egipto, México, Guatemala; los templos de varios países asiáticos. La presentación de estos conceptos no es muy diferente. De hecho, las diferencias podrían ser catalogadas más en el área cultural que en el área estructural.

Hay muchas preguntas sin responder y, a su vez, cada una de ellas trae otras preguntas. El hecho es que no todo puede ser explicado por nuestra ciencia de hoy. Hace poco en una de los escritos que acá aparecen, noté que uno de nuestros principales científicos y mentes del siglo XX dijo: ”la imaginación es más importante que el conocimiento” y esta imaginación desencadenada es lo que nos llevará a hacer las preguntas necesarias que retarán al “Estatus Quo”, la norma que es aceptada hoy como “realidad”. En la ciencia, las creencias y hasta en la misma historia que profesamos saber y entender.

¿Quien dijo eso acerca de la imaginación? Alguien llamado Einstein.

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viernes, 24 de febrero de 2012

Los Gavilanes…


Perdido en la barriga de ese caimán que es la isla de Cuba, había un pedacito de tierra…

Ahí, justo donde la barriga del caimán estaría arrastrándose por la tierra, al este de la bahía de Cienfuegos y a mediados de la vía a Trinidad, había una pequeña colina; en el tope de la misma se asentaba una vieja casa de madera, de esas casonas de campo que son rodeadas por un amplio balcón… esos antiguos balcones que permitían sillones de mimbre desde donde, una vez sentados, se podía ver todo un hermoso paisaje de campo…

Desde esa casa se veía parte de la Sierra del Escambray, famoso segundo frente de la infamia de Cuba. Donde quizás el único comandante decente de la fraudulenta gesta, Camilo Cienfuegos (nada que ver con la ciudad que me vio nacer), hizo que su presencia se reconociera. Hacia el otro frente de esta casa, una mansión a mis ojos de niño, se veía hasta donde la vista alcanzaba… verdes campos, a lo lejos unidos a un cielo azul hermoso, de esos cielos que solamente en el Caribe se pueden ver… Sí… soy parcial, no perfecto…

Ah!! Pero la pieza de resistencia o, como dirían aquellos que se regodean con los Franceses, “The Piece de Resistance” (creo que así… o algo parecido…) era la vista hacia la parte de atrás de la casa. Dejando rodar los ojos colina abajo, estaban los verdes campos de pasto, donde los inquilinos del predio se tomaban su merecido descanso y almuerzo a la vez… caballos y vacas, terneros y toros… Después, siguiendo con esta vista, se llegaba a un azul un poco distinto a ese azul cielo… Otro tipo de azul, más profundo e increíblemente atrayente… El azul del Mar Caribe.

Este era mi refugio veranero; un refugio que me alejaba de todo y de todos. “Los Gavilanes” era la finca que le pertenecía a la familia de mi padrastro y en donde pasaba al menos un mes de cada verano. No, no era un refugio de niño rico… era una finca activa y en la que había que ganarse la estadía. Allí aprendí a levantarme a las 4am y a ordeñar vacas con ojos que chillaban de las ganas de meterse en la cama de nuevo; a hacer quesos, a domar caballos y a un pequeño tractor… a manejar la “redada” de los terneros y de las vacas en las tardes…

Pero ahí también, en las tardes lluviosas, me acostaba en una hamaca bajo un techo de zinc, en una caseta en la que se guardaban las monturas de los caballos. Bajo ese techo, las gotas de lluvia golpeaban con un ritmo que parecía tener un sabor a conga y a cha cha cha… que me adormecía deliciosamente.

En otras ocasiones, después de terminar los trabajos del día (empezando a las 4am, a veces terminábamos antes de las 2pm) los jóvenes que ahí cohabitábamos (los hijos de Paco el encargado y mi persona) montábamos caballos y nos dirigíamos a esa orilla del mar, unos dos kilómetros de distancia medida en los trillos que cruzaban los campos y bosques de la finca.

Con caras cubiertas del jugo de las frutas silvestres que lográbamos recoger en el camino… guayabas, naranjas, bananos… llegábamos a la orilla de lo que era una pequeña playa escondida de unos 30 metros, en forma de herradura, con una arena blanca que rivalizaba a la conocida playa de Varadero. Allí nos bañábamos a gusto, para después secarnos en la brisa que flotaba desde ese mismo mar, mientras terminábamos la cosecha de frutas bajo la sombra de los árboles que allí había.

El regreso era por la tarde, ya luego de haber gozado de un par de hermosas horas en ese idílico ambiente… Y en las noches, después de una de estas salidas, el sueño me llegaba rápidamente… Un sueño profundo y descansante, como pocos desde entonces.

Muchas personas me preguntan como, después de más de cincuenta años de tiempo que ha pasado, aún recuerdo estos momentos en una forma tan vívida… Como podría no recordarlos?  Fueron, junto a muchos otros momentos de mi niñez, esas fotografías y viejos “filmes” que forman a la persona, que establecen raíces profundas e inamovibles; soy “yo” en los momentos formantes…

Comparto con ustedes estos momentos tan preciados; no quiero que se pierdan en el tiempo y espacio. Pero también los comparto porque, al hacerlo, quizás los anime a que ustedes también revivan esos momentos hermosos de una juventud que ya es solamente un recuerdo. Un hermoso recuerdo.


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viernes, 3 de febrero de 2012

¡Que Dios los Cuide… Pero Que No los Multiplique!


¿Alguna vez escuchaste a alguien dar esta “bendición”?... me atrevo a decir que más de una vez.

Bueno, esta es la historia (historieta, más bien) de Paco y su Toreta. Es una historia que, aunque de cama, no es apta para poner a los niños a dormir.

Erase una vez, en una hermosa ciudad de Cuba, por allá por los años cincuenta y tanto, que conocí a Don Paco. Heredero y, a su vez cabeza, de una de las ramas de una pudiente familia ganadera y lechera del ámbito. Paco era el mayor de tres hermanos quienes manejaban los negocios familiares, estando el al mando de la rama lechera. Creo que bastante apropiadamente.

Aún recuerdo los carros pintados de un amarillo brillante… tan brillante el color que en un día soleado, de esos muy comunes bajo el sol caribeño, había que mirarlos a través de gafas oscuras. En nuestro folklore cubano, siempre nos referimos a los carros pintados de ese amarillo como “lecheros”… poco saben los orondos dueños, paseándose hoy por el boulevard en sus objetos de tanto orgullo que algunos, al verlos, estamos simplemente esperando a ver donde es la próxima parada y entrega de una botella de leche…

Bueno… de regreso a la historia. Paco, como todos le conocíamos, era un amigo de la familia y asiduo participante, en la compañía de su señora, de las nocturnas tertulias (sí… ya sé… aquellos de ustedes que crecieron en la época electrónica, no saben que es lo que esa palabra significa…) que se llevaban a cabo en la casa de mi tío abuelo… Ahí le conocí y ahí aprendí la historia de Paco y su toreta.

Resúltase (buena palabra, ¿no?) que Paco, ya en su edad madura y después de más de 30 años de matrimonio, se había encontrado con una joven de unos 25 años quien practicaba el arte culinario, pero sin saber cocinar… Ella era trigueña, de unos 5 pies con 6 pulgadas (más o menos un metro con 55 cm) y verdaderamente hermosa. Esta descripción se las doy basado en observaciones personales, no por terceros; habiéndole conocido en algún que otro momento. Como suele suceder en estas cosas, Paco se enamoró perdidamente de ella. La extrajo de su “bajo mundo” (al menos físicamente, ya que mentalmente jamás logró hacerlo), le puso casa y le pagaba un sueldo mensual para que solamente estuviera disponible con el.

Yo no sirvo para juez moral, ya que he cometido muchas faltas en  mi vida… pero la realidad es que el apodo de “toreta” se lo pusimos por tantos cuernos que le ponía al pobre Paco y porque así, también quienes quisieran pasar un “buen rato” en las mencionadas tertulias podían hacer referencia a su existencia delante de la esposa del Señor, como si solamente estuvieran hablando de una “vaquilla” más de las finca lechera… Podría referirme a la esposa como la “sufrida” esposa pero, en realidad, siendo mucho más alta y fornida que el Paco, tenía de todo menos de sufrida. Muy bien llamada Dolores le hacia honor a su nombre, jamás dejando pasar una oportunidad, por leve que fuera, de crearle un dolor de cabeza al Paco.

En compañía de mi primo, de unos diez años mayor que yo, visitamos a la toreta varias veces. El grupo de amigos de mi primo probó las delicias del arte culinario de la susodicha; a veces a las espaldas del Paco y a veces con su consentimiento. Después de todo, en aquella época no se conocía el milagro de la Viagra y un hombre ya llegando a sus sesenta, no podía plenamente satisfacer a una ardiente joven de 24.  Supongo que el pensó, inteligentemente, que era mejor que estas inevitables aventurillas se dieran con gente conocida y saludable que con alguien desconocido y de cuestionable higiene.

Quisiera decir que todos vivieron felizmente hasta el final… pero eso sucede primordialmente en los cuentos de hadas… El gobierno incautó, al igual que eventualmente hizo con todo lo que fuera una empresa privada, a las fincas y lechería de la familia. Al perder a las vacas del campo, el Paco también perdió a su toreta ciudadina, ya que no tenía con que pagarle el pasto que tanto añoraba tener.

Eventualmente, Paco y su familia se mudaron a Miami, en donde tengo entendido que murió plácidamente después de unos años repletos de añoranzas y memorias. Su viuda Dolores le siguió un tiempo después y estoy seguro que por alguna parte andan, el delante y ella detrás, eternamente jalándole el pelo y dando coscorrones etéreos…

¿De su adorada toreta? No supe más; no sé si se quedó en Cuba, o si salió… fue una historia de amor, supongo de aquel sobre el que a veces se escriben épicos tomos… en este caso, una no tan épica entrada en un aún menos épico blog.

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viernes, 27 de enero de 2012

Cantando la Vida Pasa…


Siempre pensé que la música es un regalo de los Cielos, aunque después de escuchar y ver bailar un “perreo” podría cambiar de opinión.

Desde muy pequeño, cuando me escondía detrás de las faldas de mi abuela, fui testigo y participante de un amor a la música en todas sus variantes. Mas tarde, de los brazos de mi abuela y ya de unos ocho años más o menos, comencé a bailar  los entonces bailes del momento y de los momentos de la adolescencia de mi abuela. Danzones, cha cha cha, boleros, valses… hasta una conga callejera o dos.

Era una época en la que, inocentemente, buscaba a los músicos que estaba convencido se escondían dentro del aparato de radio;  luego, al darme cuenta de que ahí no estaban, entonces con seguridad tenían que estar todos tocando en un –suponía- gigantesco teatro parte de la radioemisora. Recuerdo que me parecía increíble que, no importando la canción pedida por teléfono, milagrosamente escuchaba al cantante en cuestión a través de esta pequeña caja con botones y diales. Definitivamente eran tiempos mucho más inocentes que los que hoy vivimos, en los que la imaginación, los cuentos de hadas y las aventuras de héroes, son relegados a una creciente pila virtual de despojos.

Recuerdo que uno de mis programas favoritos, al que escuchaba fielmente todos los mediodías después de almuerzo, esperando por el autobús del colegio, eran las Aventuras de Los Tres Villalobos. Eranse tres hermanos vaqueros (interesantemente, no habían vaqueros en Cuba, pero este hecho no tenía importancia) quienes muy al estilo de los Cartwright, la famosa familia de la Ponderosa en un ulterior programa televisivo, corrían por todas partes de la campiña cubana corrigiendo errores y defendiendo a los infelices.

Eran aventuras básicas, un programilla de unos 15 minutos, pero en esos quince minutos no había quien me despegara de ese receptor de radio. Era algo que después discutíamos entre los amigos, en los descansos de las clases de la  tarde… -¿Crees que Juan Villalobos logrará escapar de quienes lo apresaron? Y ahí comenzaba la discusión por los próximos diez minutos del descanso. Esas discusiones eran una oda a la imaginación; un recital de todo aquello que estábamos seguros podíamos alcanzar, junto a Los Tres Villalobos…

Junto a este amor a la música y a las aventuras radiales, creció un amor al cuestionamiento. En la familia en la que tuve la suerte de criarme de niño, no existían las reglas rígidas que tendían a existir en la mayoría de las familias de ese entonces, de esa cultura ya en camino a desvanecerse. Se aceptaban los cuestionamientos, mientras tuvieran una base real. Me acuerdo que, muy al contrario de muchos de mis amigos, muy raras veces oí ese dictamen final, tan común entonces (Y aún hoy) el que, saliendo de un adulto ya cansado y quizás frustrado por las constantes preguntas, decía: ¡PORQUE LO DIGO YO!

Al paso de los años, no me quedó más remedio que aceptar que la música radial provenía de discos (sí, discos) que un ingeniero tocaba en una mesa de música y no de los cantantes; también entendí, muy a mi pesar inicialmente, que los Villalobos - héroes de mi infancia- eran tres mal pagados actores en un pequeño estudio en una emisora en la capital… Y que todos los ruidos que oía en el programa, desde caballos galopando en el medio de disparos, hasta los furtivos besos que muy de Pascuas a San Juan (recuerden, eran vaqueros y en este género solamente se amaba a los caballos) se escapaban, eran el producto de un viejo artista que se dedicaba a generar estos sueños en una caja mágica de sonidos.

Sin embargo, lo que más me quedó de todas esas aventuras imaginarias de mi niñez, y que aún no me abandona, es el amor a la música y el uso de la imaginación. Esta última residiendo en ese hermoso entretecho en nuestras vidas que, de vez en cuando, nos permite crear y explorar otros mundos y otras realidades y, cuando así los percibimos… ¿Qué es lo que nos dice que no pueden ser tan reales como el mundo desde el cual los espiamos?


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sábado, 14 de enero de 2012

El Legado del Tio Eusebio

Toda familia tiene su(s) oveja(s) negra(s)… aunque sea por percepción propia…


Hace ya muchos años, más de los que quisiera reconocer, vivía en esa hermosa isla caribeña llamada Cuba un joven… bueno, en realidad un niño, ya que apenas tenía unos 8 años de edad… aunque mentalmente se aseguraba de tener al menos… bien, digamos unos 13 años… ya sea, listo a conquistar el mundo a su alrededor. Sobre todo si este mundo estaba entrando en los meses de veraneo; tiempo de ocio sin responsabilidades, escuela, problemas de tareas o siquiera tutores que solían entorpecer el juego de las tardes al intercambiarlos por estudios adicionales.

Este jovencillo con calzones cortos que apenas cubrían, al ser él más alto que la norma, una tercera parte de sus largas piernas, solía patinar dentro de la casa; así calentando motores para luego salir a hacerlo en las aceras de la bella ciudad, asustando a todo transeúnte que se atreviera a usarlas para, imagínese Ud.… ¡caminar! en los mismos momentos. ¿Cómo se atrevían a hacer esas cosas?

La casa era una de esas viejas y largas, con todas las habitaciones en fila ordenada, con cada una de ellas abriendo sus puertas al pasillo y patio interior. Tenía prohibido -¡Cómo se atreverían a prohibirle algo a este mozuelo!- el patinar dentro de la casa, ya que las baldosas se rayarían y… bueno, el abuelo se enfadaría. Así que… la pista de carreras era el patio, a todo lo largo de la casa y terminando más allá de la cocina en el famoso “traspatio” donde, con su destreza de joven y desmedido atleta, daba una vuelta y arrancaba en dirección contraria, arremetiendo contra algún contrincante imaginario en una carrera de la cual dependía el futuro de la raza humana.

Uno de esos días, normales en todo aspecto, el joven se puso sus patines para doblegar al ocio y aburrición del momento. ¡Toma impulso! Se dirige al traspatio de la casa y, al llegar a la altura de la cocina… ¡Casi se cae del susto y sorpresa!... ¡Ahí había un desconocido, sentado cual Juan en su casa y almorzando carne con vegetales! En nuestros tiempos modernos, con los mismos patines hubiera desplegado un ejemplar manejo de velocidad “patinera” pero… algo le llamó la atención… y se acercó al extraño que tan cómodamente ahí almorzaba.

-¿Quién eres? Preguntó el mozalbete, no sin quedar lo suficientemente lejos de esta aparición, por aquello de los cuentos del lobo feroz…

-¿Quién crees que soy? Contesta la persona, totalmente despreocupado por haber sido capturado “in-fraganti”.

-“Pregunté primero” contesta el joven quien, al mismo tiempo de contestar mantenía un ojo –creo el izquierdo- sobre la inmediata puerta de la cocina y su única vía de escape.

En ese momento, una sonrisa más que reconocida ilumina su cara. Lo delatan sus ojos. Ojos sardónicos de un azul límpido y celeste; azul que caracterizaba a la abuela, la tía materna y al tío abuelo, hermano de la abuela Carmen… ¡Tú eres un Peña¡ exclamó el jovencillo en tono acusativo, como dejándole saber sin ningún rodeo que no debió de haberle tomado el pelo. Más bien, creo yo, no debió de haberle asustado.

Al oír esto, la cara de este ser, ya no tan extraño, se abre en franca risa y contesta: -“Soy tu tío abuelo Eusebio… la oveja negra de la familia” “Cuando estoy en la ciudad, tu abuela (su hermana) me deja venir y preparar mi almuerzo aquí, ya que no tengo otro lugar para hacerlo”. Después de la introducción, mira al joven y le dice: “Otro hubiera salido corriendo, tú te quedaste… hay esperanza de que crezcas a ser hombre”.

Al conocer al tío Eusebio, un nuevo mundo se le abrió a este joven. Durante ese verano, ya los patines perdieron su interés porque todos los días compartía el tiempo de la temprana tarde con el tío Eusebio, oyéndole hablar de todas sus aventuras… algunas de ellas no realmente aptas para menores. Pero todas fascinantes; todas tenían un mensaje de soñar, de no darse por vencido, de vivir los sueños hasta dónde se pudiera… Alejado de su casa y familia desde los 16 años, vivió su vida; encontró su norte y peleó sus peleas. Algunas las ganó, otras no. Estas últimas dejaron su historia y huellas en su cuerpo y en su espíritu… al final de ese verano, desapareció de la vida del joven tal como había llegado: sin avisos y sin despedidas; había perdido su última pelea.

El joven se sintió desolado por mucho tiempo; al paso de los años y al vivir sus propias tribulaciones, llegó a entender el legado del tío Eusebio… Vive tu vida; deja que los otros hablen mientras tú haces. Si tienes un sueño que vale la pena, persíguelo y no te des por vencido.

Ahí se los paso… creo que vale la pena.


¡¡Cuídate mucho, que eres importante!!    ¡¡Regresa a saludar!!

Hasta Pronto…

NOTAS:
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