lunes, 30 de julio de 2018

Una Tarde de Primavera en NYC


Erase (me gusta este inicio, ¿no?) una de esas tardes de primavera temprana en la Gran Manzana, específicamente, Manhattan Centro. Lluviosa y aún fría, con algunos de los consabidos vientos entrando desde el Río Este, haciendo que algunas de sus calles se sintieran un poco como un cañón en el que los “aires” te enfrían hasta el bendito tuétano. Seria alrededor de las tres de la tarde y ya me sentía, francamente, cansado de tanto caminar vendiendo drogas… ¡NO!, no de esas… pero de las que los doctores se entretienen recetando, para justificar el costo de la visita. En aquellos años mi sustento lo proveía Laboratorios Pfizer.

Estaba en el este de Manhattan, a la altura de la calle 42 y decidí que un buen lugar para pasar un poco la lluvia y dejar que, al menos, se secara un poco la ropa que traía puesta, sería la Librería de NY. Mis cansados pies, alentados por la posibilidad de dejar de cargar con el resto del cuerpo por unos minutos, se dirigieron en esa dirección. Por radar, crucé la 5ta. Avenida, evitando a último momento el montarme en uno de esos llamativos taxis amarillos sin siquiera abrir las puertas. Después de intercambiar unos cuantos cariñosos comentarios típicos de las calles de NY con el chofer del taxi, logré llegar hasta los santos espacios de la librería.

Al cruzar el umbral celosamente vigilado por dos guardianes leoninos, entré un mundo diferente. Una hermosa biblioteca en un imponente edificio, construido en los principios de siglo pasado (sí, ya hay que especificar cual…). Junto a su compañero de vida y travesía, el Parque Bryant, forma un remanso de paz en el centro de “Los New Yores” en el que los cansancios de la vida citadina del día a día se pueden olvidar por unos minutos.  

Entrando al salón de lecturas te encuentras con unas mesas largas, ya marcadas por los brazos y codos que en ellas se han apoyado al paso de los años. Las sillas brillantes, de las constantes caricias de los pantalones y faldas de quienes en ellas se sientan a tratar de encontrar, en sus lecturas y por unos minutos, ese mundo en el que pueden volar libremente.

No buscaba nada en particular, solo unos momentos de descanso y de refugio del clima al que me enfrentaba afuera de esas paredes. Siempre llevaba una
pequeña libreta conmigo; nunca sabía cuando tendría la oportunidad de aprovechar unos minutos y anotar algunas observaciones. Al sentarme en esa larga mesa, mis ojos buscaron alrededor, notando esas otras almas que buscaban ese mismo refugio que hasta acá me había traído. Recuerdo que mis ojos se fijaron en un caballero a la “antigua” sentado casi al frente mío…
No recuerdo las palabras exactas, pero en mi libreta, esa tarde, escribí algo que leía más o menos así:

“…su piel ya transparente, como si el pasar de los años hubiese lentamente planchado cualquier imprudente arruga, creando un perfil nítido e intenso. Un bigote blanco, casi invisible desde mi punto de vista pero que, junto al ahora ya escaso y cuidadosamente arreglado cabello del mismo color, le daba forma y vida a un aquilino rostro que parecía desafiar el paso de los años….

Pero lo que más atrae de este antiguo caballero son los ojos. Nada de lentes para leer… claros, llenos de vida, azules como un límpido cielo de verano, mirándote con una de esas miradas que te hacen sonreír, sin saber por qué, pero que al mismo tiempo, te dan a entender que detrás hay incontables historias; un viejo libro de esos de cubiertas de cuero grueso, gastados pero aún suaves al toque y brillantes a la vista…  lleno de páginas y capítulos cual tesoros escondidos. ¡Cuánto se podría aprender de este indomable caballero!”

Según continué escribiendo mis observaciones, notaba algunas cosas en particular…

“Su traje, hecho a la medida, de una lana gris oscura que, en su momento, debió haber costado una pequeña fortuna. Los codos de la chaqueta ya mostraban ese sutil brillo que traen los años de uso y de cuidado y, en los bordes de las mangas, un tenue desgaste, casi imperceptible. Este traje ha sido cuidadosamente utilizado muchos inviernos y, al igual que su dueño, hace lo posible por desafiar los embates del tiempo y del uso.”

“Leía la prensa del domingo, la sección de obituarios me dí cuenta… Quizás buscando el nombre de algunos conocidos quienes ya habían iniciado su viaje al más allá y, sin duda, pensando que ya pronto sería su turno para hacer la misma travesía. Según escribía en mis notas y le miraba de reojo, el pareció sentir la mirada inquisitiva y comenzó a buscar a su alrededor, tratando de identificar la fuente de esa vibra que te dice que alguien te mira insistentemente. Mis propios ojos bajaron a mis notas mientras decidía si debía, o no, iniciar algún contacto con este caballero…

En ese momento, salió al sol de su escondite celestial y , en un momento, la oportunidad de hablarle se desvaneció.”

Mis notas continuaban…

“Miró al saliente sol a través de la ventana y luego a su reloj de bolsillo. Lentamente se levantó, quitándose algún polvillo imaginario de las mangas de su chaqueta y del filo de su pantalón, alcanzó a recoger su abrigo de la silla de al lado y minuciosamente se lo puso, cuidando de que todo quedara en su lugar y lo más perfectamente posible. El abrigo, de una lana gris oscura y meticulosamente detallado, estoy seguro era el grito de la moda masculina de unos treinta años atrás. Quizás la indicación de ese momento en tiempo en el que esta alma de Dios comenzó a vivir un ciclo repetitivo, estancado en el tiempo.”

“Entonces, recogió su sombrero de felpa gris oscura, del mismo color y tono del abrigo y mostrando el mismo cuidado y cariño a pesar de los muchos años de uso; lo sacudió suavemente y se lo puso a un ángulo perfecto, con una sonrisa en sus labios. Una sonrisa que hablaba a gritos de las memorias que este gesto le traía. A mi mente vino la, quizás indebida, pregunta acerca de la cantidad de damas que disfrutaron el coqueteo de esos ojos y sonrisa en el momento en el que este caballero se quitaba ese sombrero como un saludo… o en modo de despedida.”

“Erguidamente y con la frente en alto, caminó hacia la puerta y cruzando el camino vigilado por los leones, desapareció de mi vida… un encuentro momentáneo que abrió infinidad de posibilidades a mis deambulaciones y suposiciones… ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Dónde?... Quizás la imaginación de lo que pudo haber sido era mucho más interesante que lo que actualmente fue…”

A su salida, la habitación se ensombreció, mostrando su tristeza a la partida de esta persona que irradiaba vida… yo también me fui… el deber llamaba.

Esa fue la entrada en mis notas para esa lluviosa tarde de primavera en New York. Nunca, en mis visitas posteriores a la librería, me crucé de nuevo con este personaje. Ayer, en un restaurante, vi a alguien quien, aunque lejos de comandar la atención que aquel caballero reclamaba con su presencia, me lo recordó… y me recordó la notas que había escrito en ese entonces…

¡¡Cuídate mucho, que eres importante!!    ¡¡Regresa a saludar!!

Hasta Pronto…

NOTAS:
  • “r-joaquin.blogspot.com”  BLOG en Inglés.
  • Comentarios son bienvenidos o, si quieres recibir el blog directamente por email, envía una nota  a rjalcazar@gmail.com con tu dirección de email.

miércoles, 11 de julio de 2018

Una Mente Deambulante


Como en muchos de los momentos captados en los escritos de estos últimos años, esta historia comienza en una de las clases de ESL que tengo el honor y placer de dictar. Esta clase en particular requería el estudio de todos esos tiempos “perfectos”, “quasi-perfectos”, “medio-perfectos” y demás otras perfecciones gramaticales. Ya sabes, todos las que requieren el uso de auxiliares como “haber”, “deber” y tantos más… por supuesto, hablo de sus equivalentes en inglés… ¡¡¡No faltaba más!!!      

Lo interesante con esta lección fue que, al entrar en materia, identificamos algunas preguntas que nos darían qué pensar…

Una en particular proponía la autopercepción en función de las debilidades y fortalezas propias. Otra, con aquellos sueños aún no realizados y una tercera simplemente preguntaba: ¿Has atravesado algún momento difícil en tu vida que te ha ayudado a crecer positivamente?... Como puedes imaginarte, quienes vienen a estas clases nocturnas son usualmente adultos con muchas millas caminadas y con varias historias que contar (sí, también incluyendo al maestro). Ellos no esperan encontrarse en un momento confesional, pero… siendo un grupo pequeño y bien compenetrado (y no habiéndole dado muchas opciones al respecto) respondieron con el corazón en la mano. (¡¡Bueno… si no el corazón, al menos con el libro y lápiz en la mano!!)

Para algunos, fueron historias de una niñez perdida en los rigores del tiempo, espacio y las lomas del rancho; para otros, recuerdos cálidos y queridos de familia… Oí historias de retos ordinarios y extraordinarios… algunos encarados con éxito y otros con el fracaso y la desilusión que este trae de la mano… De nuevos amigos y de amigos perdidos en el largo camino… Sueños de comenzar o ampliar un negocio… De viajes a lugares exóticos … y a otros no tan exóticos… De hecho, las dos noches que discutimos todo esto resultaron muy interesantes.

Quizás, las respuestas más profundas vinieron en reacción a la pregunta acerca de ese momento difícil que originó un crecimiento positivo. No, no esperen que divulgue algunos de los detalles íntimos y jugosos que algunos estudiantes compartieron en confianza con el resto del grupo… después de todo, estábamos a puertas cerradas. Sin embargo, siendo la persona que soy y a quien le gusta compartir (al menos a veces) les regalaré lo que me vino a la mente cuando los estudiantes me preguntaron acerca de mi momento…era justo que me preguntaran, ¿no?

Las palabras salieron de mi boca sin mucho pensarlas… “haber tenido un encuentro con cáncer fue una bendición”, dije. En ese momento, varios estudiantes me miraron con una de esas miradas medio perdidas entre “ajá” y ¿qué fue lo que dijo?... algunos esperando quizás un comentario de esos medio cómicos que salen de donde no se esperan… Pero no. Mantuve la mirada y repetí… “sí, lo fue”. “Obviamente”, continué, “haber sobrevivido fue la mayor bendición, pero el proceso en sí fue una bendición inesperada”.

Es cierto. Todo lo anterior. Aunque no pasé por los dolores y sufrimiento que muchos que han pasado por el cáncer han experimentado, me abrió los ojos. Las personas que conocí; aquellos que mostraron valor ante una muerte posible y aquellos cuya reacción fue caer en una depresión absoluta. Puedo hasta entender esto último, pero es algo que rehuso sentir y mucho menos aceptar.

En este proceso, aprendí que la mente es un instrumento maravilloso; puede ser nuestro mejor aliado pero también nuestro enemigo más despiadado. Encontré un nuevo amor por la vida; un nuevo punto de vista, un hermoso cristal multicolor a través del que podía ver a lo que me rodeaba en su mayor esplendor. Entendí que cada instante que vivimos tiene que ser disfrutado. Que, sin importar el camino en el que nos podamos encontrar en un dado momento, es el camino en el que nos ha puesto nuestra vida y tenemos que transitarlo. Al menos, disfrutémoslo.

Esto último lo entendí con la muerte a destiempo de mi hijo; nunca sabemos cuando nos tocará dejar esta vida o en qué circunstancias. Sería un pesar y una vergüenza dejar atrás tantas posibilidades sin aprovechar y tantas preguntas sin contestar… solo porque estemos atravesando un momento difícil o porque, en nuestra auto-lástima, creemos merecer algo mejor. Quizás lo merecemos… pero, acepta también que quizás no.

Sí, fue un período de bendiciones. Mis ojos vieron de nuevo maravillas que hacía mucho habían dejado de ver. Todos los momentos espectaculares que había vivido y los muchos por vivir aún. Todas las enseñanzas aprovechadas y las personas que me ayudaron a entenderlas. También vi de nuevo a quienes ya han partido de esta vida, pero cuyas hermosas y cálidas memorias quedarán en mi corazón mientras viva.

De hecho, cada momento vivido, es una oportunidad de ver y aprender algo nuevo… ¡No te lo pierdas!

¡¡Cuídate mucho, que eres importante!!    ¡¡Regresa a saludar!!

Hasta Pronto…

NOTAS: